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Los "guateques" eran las fiestas alegres y divertidas que algún amigo organizaba en casa de alguno en torno a un "pic-kup" o tocadiscos para escuchar los éxitos del momento y bailar con algún chico/a en una época en que casi todo estaba prohibido.

Algunos teníamos un pequeño bloc con los números de teléfono de nuestros amigos/as, muy útil para convocatorias marchosas. Otros se encargaban de la bebida: Coca-Cola, Pepsi, Fanta, Mirinda, Ginebra Larios, Martini etc. La música, la que sonaba por aquellos años: Los Brincos, Los Pekenikes, Los Sirex, Los Ángeles, Los Buenos, algo de The Beatles y Sandy Shaw, lo más «in» del momento. Éramos  lo que se dice unos modernos.

 

Y siempre había un amigo o amiga que tenía la mejor colección de discos de 45 revoluciones por minuto, todos metidos en un álbum de plástico con hojas trasparentes. Era el pincha discos. Empezaba con canciones moviditas de Luis Aguilé o Los Brincos. Cada uno y cada una, tenía su amor platónico: Mari, Amparo, Tere, Salvador o Luis y nos apresurábamos para que no nos tocara la carabina de turno y poder estar más tiempo con la persona que amábamos.

 

Pero el gran momento estaba por llegar: ¡La música lenta!.

 

En realidad no pasaba nada, porque ni nos atrevíamos, ni nos dejaban, pero ese baile agarrado a la chica de nuestros sueños nos hacía sentir como si estuviéramos tocando el cielo. Eran momentos breves, apenas tres o cuatro minutos, lo que duraba cada canción. De vez en cuando había que cambiar de disco, pero con rapidez vertiginosa, para que ninguna tuviera tiempo de reaccionar y sentarse. En el baile lento no se hacían alardes, sólo se giraba un poquito, de vez en cuando, para que no dijeran que estábamos parados, aunque esto no hubiera importado, porque lo verdaderamente importante era estar abrazados.

 

Más tarde y para rabia del personal y cuando la cosa empezaba a ponerse emocionante de verdad, la música lenta daba paso a un odioso Palito Ortega o un un «twist» o un «rock and roll»,  que hacía que la pareja se despegara.


 No quedaba más remedio que lucirse, ¡hala!, todos a mover los huesos, que para algo habíamos ensayado; había que deslumbrar.

 

Y todo así, entre lo lento y lo rápido, con las hormonas controladas por la buena educación recibida. Y a eso de las nueve, cuando ya teníamos los dientes largos, había que recoger, para que las chicas no llegaran tarde a casa.

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